"Amad a vuestros enemigos"
Esta tremendísima afirmación (e incluso mandamiento) retumba en las cabezas de quienes leen el evangelio y quedan atónitos al pensar en lo estrafalario de su contenido.
Jesús presentó unas enseñanzas y mandamientos que chocaban fuertemente contra los conceptos mentales de los hombres, de aquel entonces y de todos los tiempos venideros.
Eso de "poner la otra mejilla" forma parte de ese grupo de enseñanzas/mandamientos que comento. Y es muy famoso en la jerga popular.
Pero al Señor no sólo hay que oirle y obedecerle, sino oírle bien, para entenderle bien, a fin de obedecerle bien.
Existe a menudo una carga emocional en las conciencias de quienes desean acoger "el bien" en sus entrañas, identificarse con lo bueno y el bien hacer; carga que consiste en afrontar a personas crueles, insensibles, frías, o simplemente erradas.
¿Cómo actuar?... Porque "darles su merecido" es una tentación muy fácil de sentir, pero que deja una sensación de venganza que lleva a sentir que "no se es buena persona o mejor persona actuando así".
Entonces nos volcamos en ese aspecto de "derramar bien y bondad" a raudales, y quizás ignoremos que en esa BUENA INTENCIÓN pueda haber error o mal enfoque del afrontamiento de la situación.
Sí, somos llamados a amar a nuestros enemigos y a no vengarnos... Pero hay que entender los principios y las intenciones de esos mandamientos, perfectos y santos y que llevan a un mundo mejor.
Amar al enemigo es:
- no pagarle mal por mal, pero sí que se cumpla justicia (evitar la justicia es injusto, muy fácil)
- no guardar rencor pero sí ser cautos con él (sin regalar una confianza que no está justificada y que puede perjudicarte gravemente)
- no desearle el mal pero sí que esté donde le corresponda (ejemplo: no quiero que pierda el trabajo pero si no sirve para mandar y sólo para obedecer,
que esté donde debe; mantenerlo mandando es un perjuicio).
que esté donde debe; mantenerlo mandando es un perjuicio).
- no desear su aniquilación, pero sí controlar su locura y extravío
- no hundirle pero sí ayudar a que sea corregido (las medidas tomadas deben basarse en un mejor resultado y no tener como único propósito infringir tristeza o dolor)
Y por supuesto, COMO DEBE SER CON TODOS, pedir que sea bendecido, entendiendo la bendición como aquello que obra para el verdadero bien, en este caso, para una restauración de la persona, del corazón, del comportamiento y de la relación personal.
Debemos liberarnos de "falsas piedades" que nos llevan a un buenismo y a un comportamiento religioso no acertado, tan perjudicial y cómplice con el error como el propio mal.
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