PERDIDOS
Una de las enseñanzas básicas y fundamentales del Evangelio es que el ser humano, cada persona, está perdida.
¿Cuántos se sienten así?
No son tantos. Hay dudas, confusión, inseguridades, pero pocos dirán "me siento perdido" o "estoy perdido".
El Evangelio, además, va un paso más allá de lo que podríamos pensar que significa "perdidos", que no es sólo ese mar de dudas de "¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a donde voy?"; no es simplemente ir sin rumbo, o con rumbo desconocido, sino algo más grave: UN RUMBO CON FIN TRÁGICO. Y de ahí que el destino final del hombre, fuera de la presencia de Dios, se llame: PERDICIÓN.
Es por esta realidad que Dios envía al Verbo, que es Dios mismo, para hacerse hombre y venir a este mundo, y "buscar y salvar lo que se había perdido".
Así la Biblia expresa alegóricamente esta búsqueda como la de un Buen Pastor que lo deja todo, lleno de amor, para encontrar a la oveja que se perdió porque la ama tanto.
Sin embargo, aunque se trata del Buen Pastor, y del Mejor Pastor, este encuentro no es tan sencillo.
Un gran inconveniente se encuentra en la misma "oveja", en la persona, ya que como he comentado antes, no son muchos los que se reconocen y confiesan como "perdidos" y por tanto no son muchos los que claman buscando el socorro y la salvación del Buen Pastor.
Reconocerse perdido es reconocerse incapaz de hacer lo necesario y suficiente para salvarse.
Y encontramos otro inconveniente: "¿Salvarme de qué?", dirás. Salvarte de tu pecado. El pecado es una realidad, está en tí, en mí, en toda persona. Es el mal y motor de todo mal.
Pero imaginemos que aceptas la realidad de que el pecado existe. Es ahora cuando entra en juego lo que decía al principio: te crees capaz de solucionar ese asunto por tí mismo.
Te propones "hacer" lo que sea necesario para vencerlo y solucionarlo.
Te ves capaz de "ser" una mejor persona.
Estás convencido que está en tus manos la gestión del asunto de tu integridad moral y espiritual... Y ahí está el tropiezo y la realidad de nuestra condición de "perdidos".
No tienes la capacidad de liberarte del pecado y de sus consecuencias.
El pecado te tiene sometido y te esclaviza, por cuanto no eres capaz de evitar pecar (me refiero nunca en tu vida).
Cuando chocas contra esa realidad acudes al siguiente nivel: buscas excusarte, "los demás también son así... hay gente peor... tampoco soy tan malo, de hecho no soy malo..." Etc, etc, etc...
De modo que la perdición del ser humano consiste en:
1. Intentar su propia justicia y justificación
2. No aceptar su necesidad de un Salvador
Y ahí nos encontramos en la trampa fatal del engaño de Satanás:
"no necesitas a Jesucristo para ser salvo, de hecho no necesitas ser salvo de nada... vive tu vida, y si hay algo más allá, ya llegarás y lo tendrás".
Pues eso no es lo que nos dice Dios. Dios enseña que el pecado está en tí, que no puedes hacer nada tú solo por remediarlo, y que la consecuencia es la perdición eterna.
Ahora nos toca a nosotros decidir a quién creer, elegir y seguir.
Yo en su día clamé en mi alma a Jesús, y la imagen de un futuro eterno de perdición cambió en una imagen de gloria eterna en SU Reino Celestial, PORQUE ÉL LIMPIÓ MI PECADO CON SU SANGRE.
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